El trabajo pictórico que desarrollo actualmente se inscribe, desde mi punto de vista, dentro del conjunto de mi obra. Todo mi trabajo ha sido y es guiado por una actitud de experimentación, experimentación para mí significa: búsquedas, hallazgos, riesgos, contradicciones, encuentros, descubrimientos, esperas, sorpresas, retrocesos, avances, perspectivas.
Todo ello da un sentimiento a mi trabajo y en esa actitud me siento vivo, regenteando el contenido de lo ya hecho, confrontándolo a un devenir cotidiano, vivificando mi imaginación, atento a sutiles señales de mi entorno, configurando mi propio espacio mental, sondeando mi interior, auscultando mis reacciones visuales, recomponiendo imágenes olvidadas, encontrando mis medios expresivos, tratando de ser lo más libre posible.
En ese impulso, poco me importa que alguna gente vea en mi trabajo discontinuidad, afirmando que es una falta de estilo. Ese deseo de ver un estilo particular en cada artista es en la mayoría de los casos una voluntad que reduce todo a una apariencia superficial que tranquiliza, dando clasificaciones esquemáticas y arbitrarias. A ese deseo de estilo se pliegan voluntaria o involuntariamente muchos artistas, que hacen durante anos variaciones de un mismo cuadro, consiguiendo así imponer en el medio artístico y sobre todo en el mercado del arte una imagen de marca (estilo).
En un texto anterior ya había escrito: "En mi actitud de búsqueda y en el desarrollo de la experimentación, es bueno alejarse de tiempo en tiempo de certezas, sin dejar de someter los hallazgos a una voluntad de reflexión y de análisis". La reflexión y el análisis son continuos. La comparación de lo que se va haciendo con lo ya hecho, con lo que se hace en general, es constante. Si bien esa reflexión y análisis no toman siempre forma verbal o escrita, en busca de una claridad mayor, ella no es por ello menos el resultado de una duda constante. Ducha activa y natural, pues cada obra nueva que altera, aunque sea poco, los parámetros establecidos es un desafío al futuro y una exigencia consigo mismo del autor.
La atención constante en lo que se hace configura el curso que se da al trabajo; sabiendo también que de tanto en tanto es necesario relajar la tensión y pasearse con un lápiz por zonas imprecisas que pueden dar por resultados imágenes imprevistas, que son pulsadas de un interior aún no explorado y que emergen por sí solas, casi por azar, y requieren un derecho a la existencia y a las cuales hay que situar, conocerlas, desarrollarlas, dejarlas que florezcan a la espera de ver sus frutos.
De las diversas etapas de mi obra hay siempre un "pendiente". Afirmar, como algunos lo hacen, que he abandonado el "cinetismo" es contentarse de esquemas fáciles. Para empezar, nunca me he considerado "artista cinético" y siempre he rehuido esas clasificaciones niveladoras que engloban, en la mayoría de los casos, obras, actitudes y comportamientos diferentes. Por otro lado, el "pendiente" de mis diferentes etapas es siempre presente. Ya lo he dicho anteriormente y es siempre actual el que de las diferentes experiencias realizadas exista la posibilidad abierta de continuación, y es más, cada cosa nueva o diferente que hago, conlleva en si misma una memoria de lo ya hecho. Para una gran exposición retrospectiva que realicé en el Museo de Bellas Artes de Caracas no hace mucho, concebí varias obras nuevas en la línea de experiencias ya realizadas, ya sea en la de la familia de relieves, en la de luz, en la de movimiento, en la de participación, etc. De esta última realicé en los jardines del Museo una serie de juegos particularmente para niños que tuvieron un éxito muy grande por la participación masiva a ellos. Eran como un inicio a una sensibilización corporal a formas, movimientos, colores, etc., que creaban una predisposición diferente para la percepción de las otras obras que componían la exposición. Para mí, en esa exposición, el objetivo primordial era que el espectador corriente se sintiera tomado en consideración, no ya como un número que se suma a otros para saber la afluencia de público, sino tomado en consideración por el conjunto de obras expuestas, que sintiera que esas obras eran una invitación a un diálogo. Ese diálogo puede existir en la medida que el espectador es tomado en consideración como un ser viviente capaz de ver, de comparar, de hacer un juicio, de dar una respuesta, de reaccionar, de actuar, de abrir perspectivas.
Una constante en mi trabajo ha sido siempre una economía de medios. He tratado de reducir los elementos de cada una de mis experiencias a fin que el resultado no fuera el producto de una acumulación de elementos, sino la relación de un número reducido de ellos. Relación que iba a poner en evidencia un problema preciso, centro de la experiencia al encuentro de un eventual espectador.
En los trabajos recientes esa constante se mantiene. Ellos son el producto de elementos muy simples puestos en relación a la espera que una riqueza, si riqueza hay, sea el producto de una tensión particular que sobrepasa el carácter de cada elemento constituyendo el núcleo del cuadro. Para que esa evidencia sea percibida, los elementos del cuadro deben ser los menos posibles y lo más anónimos que se pueda, para que el interés se sitúe en un plano intermedio entre el espectador y el cuadro, de manera que haya un despegue de la superficie banal hecha de formas y colores y que una presencia inmaterial flote ahí a algunos centímetros del cuadro, o tal vez detrás de él, en un mundo a penetrar.
El campo del experimentar no se reduce únicamente a forma, colores y matemática. Tal vez por ello mi experimentar actual, siendo la continuación de todo lo hecho, se sitúa en un campo más sutil, más impreciso, más fluctuante, que requiere un manejo de elementos, que van más allá de la simple relación formal. Esos elementos no son fáciles a circunscribir, tienen su propia vida, se hacen evidentes en un cuadro y en otro el esfuerzo por aprehenderlos, por controlarlos se revela infructuoso. De ahí que ello provoque en mi una obstinación a continuar el trabajo en esa dirección, como cuando uno entra en una región que no conoce y percibe de ella señales alentadoras y un misterio a adivinar, cuando no es a todo imaginar, a todo inventar. Ese proceso, bien que uno quiera ir rápido, acelerando etapas, es lento y a veces hay que hacer recorridos con torneantes y estar al acecho, adicionando pequeñas observaciones, pequeños hallazgos para ir configurando algo que no se saber bien qué va a ser.
En ese juego dialéctico situó mi experimentar, allí está la atracción de lo a descubrir, el placer de la aventura y del hallazgo, que contiene también desencantos, sí, pero que lo mantiene a uno en una viviente tensión.